Recuerdo el 3 de diciembre de 1992 como si fuera ayer. Era la hora del recreo y como de costumbre, mis compañeros y yo fuimos a jugar al pinar que había sobre nuestro colegio, desde donde podíamos observar la ciudad entera. Pero ese día nadie jugó. Todos pasamos la mañana viendo aquella gran nube de humo que, gracias al viento que soplaba aquel día, se alejó de la urbe evitando así lo que podría haber sido una catástrofe más que medioambiental. Para que os hagáis una idea:
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