Desde que, allá por 1930, el doctor Edward Bach decidió combinar la homeopatía con la confección de chupitos, la llamada "terapia floral" ha seguido los pasos de su disciplina madre: como la homeopatía, sigue sin demostrar en la práctica la más mínima eficacia terapéutica, pero, también como la homeopatía, goza de la inmensa suerte de que la medicina científica mantenga a los ciudadanos de los países avanzados lo suficientemente sanos como para atreverse a confiar sus achaques a estos remedios inútiles.
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