La última vez que estuve en una manifestación fue el día que ETA asesinó vilmente a Miguel Ángel Blanco. De eso hace ya tres lustros. No me gustan las manifestaciones, aunque he estado en muchas y hay que reconocer que son efectivas. O lo eran hace décadas, cuando importaban las decisiones del pueblo. Aquellos dos días, los del secuestro y asesinato del infortunado chaval de Ermua, acabaron con lo poco que ya me quedaba de radical de izquierdas y mi sensibilidad hacia la causa vasca, que no la de ETA.
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