Llevaba una cogorza tan grande que entró a robar en un bar de Platja de Palma, fracturó la puerta de entrada, sustrajo varios objetos y decidió echarse una siestecita en uno de los sofás del local. Debían ser tan cómodos los cojines que el ladrón no dudó en tumbarse y quedarse profundamente dormido hasta el momento de su detención.
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