Acabó en la cárcel, pero sigue creyendo que valió la pena. "Demostré lo lejos que puede llegar un individuo", dice hoy Mathias Rust, cuando se cumplen 25 años de su aterrizaje en la Plaza Roja de Moscú. Su hazaña dio la vuelta al mundo, mostró las deficiencias de seguridad de la otrora omnipotente Unión Soviética y dejó en ridículo una geopolítica congelada en dos bloques antagónicos que sufría gota y progresiva parálisis.
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