Los científicos observaron las auroras de Saturno por vez primera en 1979. Generadas por la interacción del viento solar con la magnetosfera del planeta gigante, se elevan cientos de kilómetros por encima de la superficie de sus polos y, a diferencia de lo que sucede con sus homónimas terrestres, no muestran su refulgente esplendor durante sólo unas horas sino que pueden brillar varios días seguidos.
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