El año pasado, 93.000 autónomos cesaron su actividad. Y en enero se han caído de las estadísticas otros 32.000 más. Para la mayoría, su condición de autónomo tiene un halo romántico, emocionante y liberador -no atruena el despertador todas las mañanas, no hay que rendir cuentas ante un jefe odioso y uno se organiza como quiere-, pero cuando la recesión sacude los cimientos de las empresas ellos son los primeros en tambalearse. Denuncian que los contratantes están redondeando las facturas muy a la baja.
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