Landa no se maquillaba, no se disfrazaba iba siempre de frente y por derecho, y eso se paga. Había hecho mucho, muchísimo; había ganado montones de premios y dinero, pero pese a los constantes reconocimientos bullía en él un fondo de amargura: le habían perdonado demasiadas veces la vida, como casi a todos los grandes de su quinta, y seguían perdonándosela todos aquellos que le consideraban exclusivo protagonista del "cine de suecas".
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