Estoy seguro de que todos nos hemos registrado alguna vez en un sitio Web. Todos, sin excepción. Ya sea para abrirnos una cuenta de correo electrónico, para poder acceder a un foro, para hacernos un blog… Y todos, sin excepción, habremos pasado alguna vez por el trance de tener que decir lo que vemos para asegurar que no somos robots. Es la magia de los CAPTCHA, esas imágenes con texto distorsionado para que los programas de reconocimiento de caracteres fallen.
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