A inicios de junio de 1940 Francia se encontraba derrotada, ya se había evacuado París y se esperaba el ingreso del Ejército alemán. Inglaterra veía con preocupación la osadía de Hitler y ante el temor de una posible invasión de los nazis a las islas Británicas, Churchill pensó que debía poner a salvo las inversiones privadas, así que se decidió enviar todos esos valores a Canadá. El peso del oro y los caudales ingleses era tal, que a su arribo a Canadá, los refuerzos de la cubierta se habían torcido.
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