Cuando Van Morrison y Bob Dylan compartían empresario, éste decidió que se tenían que conocer y les arregló una comida en un restaurante de Londres. Era una oportunidad magnífica para que dos monstruos se pusiesen frente a frente y estudiar aquella combinación explosiva. Quién sabe, igual de aquello salía una primorosa colaboración. Aparecieron los dos en el restaurante, pidieron educadamente la comida y empezó a desfilar un plato tras otro bajo un manso silencio. No hablaron entre ellos una sola palabra. Al terminar su postre, Dylan...
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