P. G. M. tiene cinco años y una minusvalía del 65% que le obliga a ver periódicamente a un neurólogo en el hospital Niño Jesús. No anda. No habla. Padece una parálisis cerebral y un retraso madurativo que le acompañarán durante toda la vida. A él y a sus padres, una pareja del barrio de Embajadores que ha tenido que adaptarse a vivir con las graves secuelas que resultaron de un parto mal atendido en la Fundación Jiménez Díaz.
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