Continuará... 24 y fin

Esta parte del relato largo viene de aquí y en este orden, primero aquí:

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Después aquí:

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Luego:

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Después...

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Luego:

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Y...

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La periodista venía a cobrarse su invitación a café, así que quedaron al día siguiente a las cinco de la tarde. A Juan le pareció sospechoso dilatar más el encuentro. Eso sumado a la falta de contacto en todo un mes. Desconocía los motivos. Tampoco es que supiera mucho de costumbres sociales o de dinámicas personales. Tras repasar a fondo toda la casa. Se preparó para la visita del día siguiente.

Repasó cada estancia con ojos de posibles intenciones escrutadoras en su refugio personal. Incluso dejó la cama medio hecha, la tuvo que deshacer de su pulcra forma de hacerla cada día. Plana, perfecta, con el embozo perfecto y alineado, la almohada mullida y en posición exacta, ligeramente apoyada en el cabecero. Esta vez, la dejó imperfecta, esperando que al enseñarle la casa se fijara en eso. Una costumbre esa de enseñar la casa que le parecía muy extraña y que si podía evitaría a toda costa. Pretendía que su visita se limitara al salón para tomar café y como mucho a la cocina, mientras lo preparaba. Comprobó la fecha de caducidad de la lata con galletitas de merienda y miró que hubiera suficientes. Quitó la lista de comidas semanales del frigorífico.

Lucía llegó puntual. Pero no llegó sola.

Venía acompañada de un hombre de unos sesenta años, de pelo canoso y mirada seca que empuñaba un arma apuntándole a la cara nada más abrir el portón de la calle. Le hizo un gesto con el arma para que se dirigiera hacia el interior. Sin mediar palabra, Juan obedeció. Su mente intentaba atar cabos a toda prisa. Lucía, antes afable y amigable, ahora se mostraba seria y distante. 

-Siéntate –dijo Lucía señalando una silla del salón.

-¿A qué viene todo esto? –preguntó Juan imitando toscamente sorpresa.

Un bofetón del hombre le dejó el rostro ardiendo de dolor. Los guantes que llevaba le dejaron cierto olor a piel en la cara.

-Este es Carlos Ferrer, el padre de Ana Ferrer –dijo ella ladeando la cabeza.

-Ya –acertó a decir mientras el hombre se sentaba frente a él en otra silla.

-Te cuento lo que pasa, aunque ya debes de saberlo...

-No tengo ni... –antes de que terminara la frase otro golpe en la cara, esta vez con el puño cerrado. El crujir de los dedos enguantados al cerrar la mano antes del golpe resonó tanto como el propio puñetazo.

-Te voy a contar el final de la charla de hoy. Dentro de dos o tres meses, de un año, de cinco... aparecerás muerto en algún barranco. Mientras tanto, confiando en que en ese tiempo se encuentren pruebas irrefutables de que fuiste tú quien mató a Ana, seguirás con vida. Vamos a darle tiempo a la Policía a que busque y rebusque para demostrar que fuiste tú y poder ponerte ante un juez. ¿Lo entiendes?

Juan asintió con la cabeza mirando al hombre.

-Ah, si te atreves a denunciar esta visita a la Policía, verás que nunca ha tenido lugar. Por muy ingenioso que seas o creas ser. Nadie va a atender tu denuncia. Repito, esta visita no ha tenido lugar. Si huyes del país, Carlos te encontrará, no lo dudes. Ah, otra cosa, calle Benito Pardal, 55, 4º, dcha.

-Mi padre -Juan asintió con la cabeza mirando ahora a la periodista. Intentando entender lo que implicaba la presencia de ambos en su casa.

-¿Que me dices que tienes cámaras o micrófonos ocultos y lo estás grabando todo? Me alegro porque tendrás que borrarlo. Si lo editas, valdrá tanto como nada. Bueno, casi seguro que no tienes nada de eso.

-¿Puedo preguntar algo? –dijo Juan temeroso mirando al hombre furtivamente.

-No.

-¿Quieren café? Lo preparo en un momento.

Lucía y Carlos se miraron intentando entender al asesino que tenían delante. Algo que parecía escapar a los años de profesión del ex policía y a los estudios de la criminóloga.

-Vamos a repasar lo sucedido. Antes de empezar te informo que la Policía no tiene pruebas concluyentes como para llevarte ante el juez, los indicios son demasiado ambiguos en tu caso, y cualquier abogado te podría sacar de este lío. ¿Lo entiendes? –dijo ella mirando fijamente a los ojos a Juan.

Juan no dijo nada. Creía que el silencio era su mejor baza en la situación actual. Lucía sacó de su cartera varias subcarpetas y las puso en la mesa. Abrió una y consultó algunos folios. 

-Un punto es muy importante en todo esto. No sabemos, nadie sabe, tus motivaciones para haber cometido este crimen tan horrible. Mis sospechas es que lo hiciste para demostrar que se puede cometer el crimen perfecto.

-Soy inocente y... –esta vez Juan consiguió bloquear un guantazo pero no el segundo, que le dio directamente entre el ojo y la mejilla.

Carlos seguía en silencio. Tenía la mirada punzante y la expresión seca. Parecía estar en el borde de la silla deseando tomarse la justicia por su mano, allí mismo. Viendo la cara, la voz, las expresiones del asesino de su hija.

-Sobre las 11:35 el móvil de Ana estaba más o menos en la zona de tu puerta con un factor de error de unos dos o tres metros. A las 11:46 su móvil se apagó en esa zona. ¿Sigo?

-Ya... –dudaba si hablar-. Ya le dije a la Policía que...

-Del atestado. Cito: “El móvil de la víctima estaba activo a esa hora en esa zona”. “Ah, igual se paró a hablar con alguien...” “Claro.” Nadie te había dicho que se detuviera. Lapsus de manual.

-Ehm... no sé por qué lo dije... Tampoco quiere decir nada –Juan estaba intentando poder volver a hablar sin que recibiera castigo físico.

-A las 12:05 una figura se acerca andando y deja algo entre dos contenedores de la calle París, las antenas detectan el móvil de Ana en esa zona sobre esa hora, minuto arriba o minuto abajo. Te preguntarás cómo se sabe que no fue ella sino otra persona que, por los andares, parece un hombre si por allí no hay cámaras.

-No sé si hay o no cámaras... –de nuevo mirando de reojo al hombre que estaba apretando el puño derecho sobre la mesa, la rabia parecía contenida con la justa energía necesaria para que no se desatará la ira.

-Resulta que a unos cuarenta metros hay un cajero automático, y también resulta que esa mañana se había estropeado la cámara, quedando girada hacia la calle en vez de hacia la zona de teclas y cajetín del dinero. Se avisó al técnico y con la lluvia torrencial del día siguiente no pudo acudir. Nadie apagó la cámara.

-¿Y..?

-Cierto que la figura que se ve no es clara. ¿Ves esta foto? No se distinguen muy bien sus facciones –dijo ella sacando una foto con bastante poca definición pero donde se distinguía una figura masculina entre los contenedores, las luces no ayudaban a identificar los colores de la ropa.

Lucía lo miraba esperando algún gesto, sin recibir ningún código no verbal por parte de Juan.

-¿No te estás preguntando por qué te estoy mostrando información reservada?

-No. Sabía que tenías contactos en la Policía.

Una risa irónica escapó de los labios de ella. Carlos lo miraba a él como si pudiera desentrañar los misterios de su mente. Ese experto policía con años y años en el servicio encontraba difícil franquear el muro mental del tipo que tenía delante. Había visto a mucho delincuente en su trabajo, asesinos a sueldo, crímenes pasionales, violencia en el seno de la familia, personas que dejaban el tratamiento y enloquecían. El hombre que tenía delante era muy diferente.

-¿Crees que has ganado al sistema con un asesinato sin sentido y que tomarse la justicia por la mano nos equipara?

Juan no contestó, a sabiendas de que recibiría otro golpe. Pensaba si podría matarlos a los dos. Cómo se desharía de los cuerpos. Carlos parecía curtido aunque la edad le impediría ser ágil y tenía una pistola que había guardado en su bolsillo. Opciones.  

-Entre la 1:30 y 1:40 la señora Ramos paseaba a su perrito por delante de tu casa. Se supone que ya tendrías el coche cerca o aparcado muy cerca. Sobre las dos de la mañana la señora Ramos vuelve a su casa.

-Eso es una suposición que... Déjeme hablar. Creo que todo esto es un grave error. Comprendo la ira y el sufrimiento por la muerte de su hija, pero...

Carlos le pegó un puñetazo tan fuerte en el pecho que Juan cayó al suelo, silla incluida. En cuanto pudo respirar, se incorporó y se sentó de nuevo en la silla.  

-Hasta las 2:35 aproximadamente la señal del móvil es fija en la zona de la calle París. A las 02:40 un coche se acerca a esos contenedores, alguien se baja del coche, la misma persona de antes y hace algo entre el contenedor de cartón y el de cristal. La señal del móvil ahora cambia y se mueve. Por los saltos con las antenas posiblemente vaya en un vehículo. Hasta las 03:30 el móvil recorre Avenida Mayoral, calle Norte, Virgen de Luz, calles Recogida y Manuela Lanzana, hasta la parte norte de la ciudad donde se detiene unos minutos en un callejón lateral de la calle Galaxia. Luego continúa su camino hacia el puente que da al cauce donde se encontró el cuerpo sin vida de Ana Ferrer a las 4:00. Y ahí se detiene la señal.

-Lucía, ¿por qué haces esto?

La mujer no contestó, recogió sus carpetas y las guardó en su cartera.

-¿Sabes qué pasa? Desde hace años soy confidente de la Policía, este señor de aquí fue el que me inició en ese mundo. Ya era criminóloga, pero gracias a sus consejos pude ayudar en muchos casos, como confidente.

Carlos se levantó también arrastrando la silla hacia atrás mientras lo hacía. No perdía de vista a Juan.

-Si no hay pruebas contundentes contra mí. Os convertís en unos asesinos sin más.

-El sistema funciona, confiemos en él. Y antes o después se encontrará algo. Y no creo que te declaren demente. El sistema funciona.

-¿En serio que no queréis tomar café?

Lucía detuvo con la mano a Carlos viendo cómo se iba a abalanzar sobre él.

-¡Carlos!

Ella consiguió que los dos se dieran la vuelta para salir de la casa.

-Gracias por la visita. Este mundo, esta vida tiene siempre un punto de continuará... Entonces, ¿quedamos otro día para un café? –dijo Juan a espaldas de los visitantes.

-¡A tomar por culo ya! –dijo Carlos, sacando la pistola y disparando un único tiro que impactó en el pecho de Juan.

Lucía bajó lentamente la mano armada del policía.

-Lo siento, no tenías que haber venido –dijo ella mientras Carlos sacaba su móvil.

-Soy Carlos Ferrer, acabo de disparar a un hombre, envíen una ambulancia y a la Policía. Calle Águila Martínez, 66.

Con un espasmo de sangre en la boca y en los pulmones, el cuerpo de Juan se agitaba buscando la vida. Pensaba que había ganado, había ganado... Aunque ya no hubiera ningún continuará.

  

FIN