Hay grandes hombres sumidos en grandes olvidos. Rafael Altamira y Crevea (Alicante, 1866-México, 1951) fue historiador, jurista internacional, americanista y, ante todo, un incombustible pacifista que murió con el regusto amargo de haber asistido a dos guerras mundiales y un crudo conflicto civil en España. Candidato al Nobel de la Paz en dos ocasiones (1933 y 1951), Altamira redactó los estatutos del Tribunal Internacional de La Haya y se convirtió en uno de sus jueces fundadores, que solo interrumpió su labor con la invasión nazi.
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