Hay una cosa que pude observar de varias personas que, casualmente, rondan entre los “cuarenta y tantos”, lo cual –para un simplista de esta talla- ya es un defecto generacional. Deambulando por las conversaciones que tenían otros, escuché en una charla de familia, esas que se dan en las tardes soleadas de domingo, “yo di todo por mi hija. Me rompí el culo, trabajando hasta 12 horas, para que hoy pueda asistir a un colegio privado y no tenga las carencias que tuve yo en la vida”. El resto de la historia que relataba el “señor que...
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