La identificación entre ateísmo y maldad pudo haber tenido alguna justificación en el pasado, cuando no había explicación para los fenómenos naturales más simples. Todo esto cambió radicalmente a mediados del siglo XIX, cuando Charles Darwin publicó su teoría de la evolución de las especies. Ningún libro sagrado pudo entonces superar la creatividad fáctica de la evolución natural. Desde entonces, el mundo empezó a desencantarse: la astronomía reemplazó a la astrología, el médico al exorcista y el historiador al cuentero.
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