El pie de trinchera era muy común en la Primera Guerra Mundial, cuando nació esa denominación. Los soldados permanecían en las trincheras con los pies metidos en agua, barro o nieve durante muchas horas, de modo que esa combinación de frío, falta de oxígeno y humedad que calaba las botas y los calcetines ablandaba y maceraba la piel, lo que originaba su necrosis y la afectación de los nervios más superficiales.
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