En abril de 1931, cuando cayó la monarquía de Alfonso XIII, por las calles de las ciudades españolas se cantaban coplas alusivas a sus prácticas corruptas: “¡Alirón, alirón, Alfonsito es un ladrón!”. La imagen de aquel rey se vio salpicada por diversos escándalos, vinculados a sus negocios turbios con empresarios internacionales del juego y la hostelería; y a las concesiones de ferrocarriles y monopolios. Asuntos conectados con abusos de poder, sobre todo bajo la dictadura militar que el monarca había respaldado a partir de 1923
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