El problema no son las leyes, el problema somos todos nosotros: nuestra tolerancia. Esta corrupción incompatible con el progreso y el bienestar no sería posible sin la tolerancia y complicidad de amplias capas de la población. La tolerancia se produce cuando de alguna forma el ciudadano se cree favorecido por la corrupción o cuando el poder está tan concentrado y es tan absolutista que el ciudadano se ve impotente.
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