Las autonomías diseñaron en tiempo de bonanza retiros dorados para sus dirigentes que hoy suenan a exceso. Entre el derroche de Cataluña –que gasta un millón de euros anual sólo en alquileres y personal al servicio de Jordi Pujol, Pascual Maragall y José Montilla– y la sobriedad asturiana, cuyos mandatarios pasan a ser ciudadanos de a pie sin un solo privilegio al día siguiente de dejar el cargo, ser presidente autonómico en España puede ser o no un chollo para toda la vida en función de una diáspora de tratamientos.
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