Que el Estado Vaticano no haya suscrito la Declaración no es una cuestión baladí pues el artículo 1 de la misma indica: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” Si el Estado Vaticano firmase, debería inmediatamente acabar, entre otras cosas, con la discriminación milenaria a la que ha sometido a las mujeres, y debería acabar también con la estructura no democrática que ha mantenido durante siglos.
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