Cuando la ciencia moderna aún no se había desarrollado, intelectuales sin mácula sostenían hipótesis aún más extravagantes.Es el caso de Aristóteles. El filósofo no dudaba en admitir el surgimiento de la vida mediante la generación espontánea. Como el hecho de que una ballena o un perro sugiera de la nada era un poco difícil de digerir, Aristóteles limitaba la generación espontánea a bichitos de poca monta, pequeños y de poca relevancia, procedentes del agua, la arena y el barro.
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