Francis Galton pasaría hoy por un viejo verde. Un tipo añoso, ceñudo y con patillas de escoba, que mira a las mujeres, mientras manipulaba un bulto en su bolsillo, hoy acabaría en el cuartelillo por conducta rijosa y machista. Y, sin embargo, si esa estampa a caballo entre Dickens y Torrente hubiese dado con su osamenta en cursillos de reeducación, la ciencia habría perdido a uno de sus practicantes más originales.
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