La anarquía entró en la península de la única forma que lo podía hacer: en el más perfecto desorden. Fueron Aristide Rey y Élie Reclus quienes –allá por vendimiario de 1868– primero cruzaron los Pirineos y predicaron la buena nueva, pero parece que lo hicieron con ligero defecto de forma –un boceto de anarquía demasiado arrepublicanado, para Bakunin–, de manera que el mérito de inaugurar la temporada ácrata se suele conceder a Giuseppe Fanelli.
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