Hace 12 años | Por Tanatos a consumer.es
Publicado hace 12 años por Tanatos a consumer.es

Dice usted en su libro que "ayudar a vivir es ayudar a morir". ¿Por qué? En los cuidados paliativos no ayudamos a morir, sino a vivir hasta el final, con los elementos que configuran la vida del sujeto que aún está en proceso de tomar decisiones. A pesar de lo difícil del momento y de la tensión que supone, este aún puede disfrutar de la visita de sus hijos, el cariño de su pareja. Es posible disfrutar en este momento. Cuando oigo hablar de la ley de Muerte Digna, me rebelo. Primero se debería hacer una ley de la vida digna hasta el final...

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Tanatos

[c&p] Julio Gómez sabe en primera persona lo que es perder a un ser querido: su hija falleció cuando tan solo tenía tres años y medio. De su dolorosa experiencia vital y de su labor profesional, su trabajo como médico del equipo de Cuidados Paliativos a Domicilio del Hospital de San Juan de Dios, de Santurce, nace el libro "Cuidar siempre es posible" (Plataforma Editorial). En él explica, en un tono óptimo para el gran público, en qué consiste la medicina paliativa, cuál es su función y cómo puede ayudar a los enfermos en fase terminal, a sus familiares y cuidadores a soportar el dolor total al final de la vida

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Pues yo me rebelo cuando escucho a gente como Julio Gómez, que piensa que hay que soportar el dolor hasta morir, por huevos.

Pues no, mire, si usted quiere sufrir dolores horribles para morirse, allá usted, pero a mí déjeme morir tranquila.

¡Mierda!

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EL PRECIO DE LA MAYOR ESPERANZA DE VIDA
¿Medicalizar la muerte?
La generalización de prestaciones sanitarias a pacientes terminales es utópica e indeseable

Por más que nuestros ciudadanos admiren la actitud prometeica y aparentemente
altruista de científicos y profesionales de la salud, el mito del elixir de la vida eterna se
parece cada vez más a un esperpento ideológico en manos del lobi médico-industrial. El
precio que estamos pagando por haber duplicado nuestra esperanza de vida en los
últimos 100 años es más alto de lo que cree el común de los mortales. La medicina genera
hoy un sinnúmero de enfermos crónicos, discapacitados, dependientes, muchos de ellos
terminales, como fruto de intervenciones quirúrgicas mutilantes e ineficientes, cuidados
intensivos difíciles de justificar y quimioterapias desquiciadas. Una tercera parte de los
pacientes que mueren de cáncer se encuentran en ese mismo momento recibiendo aún
quimioterapia, generalmente carísima. Dos tercios de los pacientes que han estado más
de un mes ingresados en una uci fallecen dentro de los dos años subsiguientes; en el caso
de pacientes de más de 70 años, la mitad de los que sobreviven a la uci fallecen dentro
de los siguientes seis meses. De los pacientes operados de cáncer de páncreas o de
esófago, apenas el 15% supera los cinco años, periodo jalonado por repetidas visitas,
análisis, tacs y quimioterapia tóxica. Está, pues, plenamente justificado el interés creciente
que despierta la así llamada medicina paliativa, especialidad no reconocida oficialmente
cuyo objetivo -más allá de la retórica humanista- es medicalizar la muerte, consecuencia
natural de la medicalización de la salud que ya padecemos y que con el tiempo se
agrava en detrimento de nuestro bienestar físico y mental.
La medicalización de la salud representa una merma sustancial de la autonomía individual
y fomenta la irresponsabilidad para con nuestros estilos de vida; merma de autonomía e
irresponsabilidad a las que nos ha conducido tanto paternalismo estatal y tanta previsión
social. Por mencionar solo algunas de sus dianas, el embarazo, la alimentación, la
menopausia, la sexualidad, nuestras manías o el envejecimiento son considerados casi
enfermedades que precisan -según la corrección política vigente- un abordaje integrador
e interdisciplinar y un largo etcétera de memeces por el estilo. En vías de agotarse los
estados fisiológicos susceptibles de ser convertidos en enfermedades potenciales, el ojo del
huracán médico-farmacológico va a pivotar pronto sobre la muerte y su entorno.
Nuestro sistema de salud y las enfermedades asociadas a la longevidad generan tal
cantidad de pacientes candidatos a ser tratados paliativamente que la ministra Pajín se ha
puesto las pilas y nos promete una ley que asegura el derecho de todo ciudadano a que
los médicos se ocupen de él hasta la muerte. Eso sí, la palabra tabú ha desaparecido del
proyecto de ley, donde se redefine la muerte como «el proceso final de la vida», y como
tal, susceptible de ordenación jurídica, de medicalización y de institucionalización. Al
parecer, la redefinición de la muerte como proceso soslaya la incomodidad de habérselas
con la eutanasia o con el suicidio asistido. La ley, se dice, evitará el ensañamiento
terapéutico, pero ignora que tal ensañamiento forma parte de una cultura muy extendida
entre los médicos y también entre pacientes y familiares, a los que les asiste el derecho a
exigir atención médica hasta el último suspiro.
La generalización de prestaciones sanitarias a los pacientes terminales -y todos lo seremos
un día u otro- es una utopía y, como tantas otras prestaciones sociales anunciadas y luego
disipadas, irrealizable so pena de asestar un duro golpe a los ya exiguos recursos de
nuestra sanidad pública, que apenas si alcanzan para cuidar a los vivos. La ley en
proyecto incluye un párrafo en el que se lee que cada paciente en agonía podrá disfrutar
de «habitación de uso individual durante su estancia». ¿Cómo es posible tal desconexión
de la realidad en un momento en el que se están cerrando cientos de camas hospitalarias
y los cirujanos no podemos ni dar fecha de intervención a pacientes que aún tienen
opción de curarse?
Créanme, la muerte dulce -como tantos otros aspectos de nuestra salud- debería pasar a
ser responsabilidad nuestra y de nuestros allegados; y cuanto más lejos del hospital, mejor.
Así que, dependiendo de qué diagnóstico le den los médicos, siga mis consejos: deje
inmediatamente las pastillas del colesterol (si no las había dejado ya antes), váyase a casa
y aprenda cuatro ideas básicas de farmacología que tan útiles le van a ser llegado el caso
de que necesite alguna ayuda de este tipo. No es más difícil manejar las benzodiacepinas
o la morfina que aprender a conducir o jugar a la bolsa. Vuelva a sus hobbies, retome las
adicciones razonables que algún médico bien intencionado le prohibió en su momento y
disfrute de los alimentos que aún le apetezcan. Y cuando llegue el momento de partir,
escuche su música preferida y abra de par en par la ventana de la habitación individual
de su casa: el aire fresco le sentará bien y la paloma que abandone su pecho encontrará
la salida más fácilmente.
Dr. Antonio Sitges-Serra
Catedrático de Cirugía de la UAB

n.o.m.

DioCito que me toque Julio Gómez ( y no el Dr.Antonio Sitges-Serra) cuando la esté palmando.