A muchos himalayistas se les revolvió el estómago con la muerte de Calafat y con la absurda polémica creada en torno a su rescate, alarmados por las acusaciones demasiado improvisadas de Juanito Oiarzabal. Para muchos era la tinta del calamar que despedía quien no había podido o sabido ayudar a su compañero y quien había sido salvado en dos ocasiones por otros compañeros.
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