Su nombre era Enriqueta Martí y sembró de horror la Barcelona de 1912. Secuestraba, prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, las grasas y el tuétano de los huesos y elaborar pócimas que sus clientes consideraban mágicas. El relato de las dos niñas que liberó la policía fue recogido por la prensa de la época con buena dosis de morbo.
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