De vez en cuando visito a mis dos tías en el pueblo, en su pueblo. Las dos hermanas viven solas e independientes, solteras. Cosas de la vida.
La visita es un poco para hacer de sobrino "arreglacosas" y para comprobar que están bien, cuidadas y demás. Una, llamésmole Ana, es un año mayor que Eva (nombre ficticio también), y como hermana mayor se encarga de cuidar de su hermana pequeña. A estas edades es curioso que se sigan manteniendo esas costumbres, pero quién soy yo para opinar sobre eso.
El caso no es que haya tenido que atornillar un mueble de cocina, repasar y limpiar el patio de atrás de Eva (cómo acumula cosas sin sentido), arreglar el desagüe de la lavadora o mirar si las tablas del suelo de arriba siguen enteras, o ir a comprar comida para una semana. “¿Dónde vas con tanta comida?” “Esto se congela”. Frases que se repiten en dos personas que han vivido lo más duro de la vida. El caso es que después de sudar la camiseta, hemos quedado para una cerveza en el patio de Ana, hablando de esto y de aquello, de la vida que todavía les queda por delante. Son fuertes físicamente, aunque Eva pasa de las restricciones de sal que le ha impuesto su médica. “Esto sin sal no es comida.” Pues en el patio, en un momento, un instante, me he quedado mirando el cielo y me he dado cuenta de las pequeñas cosas que nos indican las cosas muy grandes, como el cosmos.
(No me he traído la cámara, perdón por la calidad fotográfica. )
  
 Pertinax 
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