La mutación de Madrid en la ciudad que será mañana se ha acelerado. Hace tiempo que no paseaba por algunos antiguos barrios y me ha sorprendido el grado de deterioro de algunos de ellos. Mientras que hay viejas zonas como Delicias o Embajadores que se están gentrificando, antes habitadas por las clases populares, otras como Conde de Casal se están desplomando. Incluso barrios antes muy cotizados, poblados de tiendas de ropa cara, de profesionales liberales y buenas rentas como Arguelles están en un proceso de lenta pero innegable decadencia.
La milla de Oro de la Ciudad, la Castellana, el barrio de Salamanca, Alonso Martínez, atraen a millonarios internacionales, a turistas de todo el mundo que con sus gustos y demandas borran las señas de identidad antiguas, los viejos bares y comercios, elevan hasta niveles noreuropeos los precios de viviendas y hostelería, y a la vez, a unos cientos de metros más al sur o al este la ciudad se deshilacha entre basura, obras inmensas de utilidad dudosa e inmigrantes y jóvenes provincianos que comparten habitaciones en los bloques con los últimas familias madrileñas: ancianos arrasados por el imparable calor, pasean entre andamios bajo el zumbido de los cientos de aparatos de aires acondicionados. En las aceras entre contenedores rebosantes de vidrios y enseres sin recoger navegan inmigrantes con el móvil en mano, intentando llegar a ese restaurante o ese trabajo de esta ciudad europea desconocida. Los tuk-tuk, entre bicicletas de aurorreparto y negros vehículos de Uber pasean turistas y refuerzan cierto aire de ciudad asiática, pobre.
El rostro bello de la ciudad está sin embargo cerca, en el Prado, los museos, enormes almacenes de lo mejor de la creación humana. Después de la desazón de los barrios, sin embargo, el Thyssen, el Prado, ocultan su función de disfraz, de ropaje alegre que nos hace tolerable esa parte de la realidad que prefiero olvidar, y rápido. La cultura en pleno despliegue de su función medicinal, endulzadora: Me entrego al instante de la contemplación, me pierdo en ella. Cuadros formidables, por ejemplo los de Anna Weyant ahora mismo en el Thyssen vuelven a hacer sentirme bien en mi piel. Pero otra vez fuera, en la calle recuerdo la sensación previa al momento de entrar en el museo: el arte , la arquitectura, del núcleo de Madrid ejerce de coartada, de máscara de las miserias de la ciudad. La fealdad demanda sus afeites.
Y al abrir la web de noticias aún me queda una sensación más poderosa, ansiosa: leo sobre la ocupación de Washington DC por la Guardia Nacional bajo las ordenes de Trump.
Me asombro, me parece increíble, irreal, la falta de reacción del mundo y de su país ante lo que despide un tufo inequívoco a ensayo, y a prueba: ¿ensayo de golpe de estado?¿prueba de hasta cuanto puede forzar la máquina? las noticias de EEUU me producen ante todo estupefacción por la ausencia de respuesta por parte de nadie con poder en lo que, dicen, es la democracia más antigua, más consolidada. Pero esta impunidad, esta falta de resistencia de la fachada institucional americana ¿no es sino un síntoma de que el armazón estaba podrido, de que ese andamiaje solo exigía un fuerte empujón por alguien decidido ( entre los defectos de Trump no está la falta de decisión) para que la puerta cediera, comida por las carcomas?
Y como europeo ¿no hay la misma cobardía sorprendente en la respuesta que ha dado la Unión Europea ante el chantaje del matón? Un aviso que hay que tener siempre presente: si los de a pié hemos de salvarnos no podemos contar con las élites, por muy ilustradas que se reclamen, por mucho que griten que son las depositarias últimas de los valores democráticos. Pero si al primer envite se han rendido, allí y aquí. Lo que desvela que, a las duras, sus intereses y los nuestros, no son los mismos. Si se cae el edificio ellos tienen donde esconderse. En esto no se diferencia Ursula von der Leyen de Elon Musk.
Y cuando subo por el paseo del Prado bajo los castaños de Indias me pregunto si no ocurre esto mismo en mi propia ciudad, en mi mundo. Es este el peor verano desde que hay registros, el fuego arrasa el país de norte a sur. esto se sabía, era previsible. Estamos entrando ya con los dos pies, sin retorno, en las consecuencias del calentamiento global, en la degradación de una globalización sin límite ni norma. Y seguimos visitando museos, playas, comiendo y bebiendo lo mejor que podemos. Olvidando lo que podemos. O no mirando lo que no queremos ver ¿pero y si toda esta estructura estuviera carcomida, de una fragilidad oculta pero radical? ¿y si el triunfo y el éxito de la ultraderecha se debe a que ellos son los únicos que han intuido esta fragilidad y están dispuestos a ayudar a que el edificio se derrumbe?
¿Y qué habrá después del derrumbe? ¿Qué pasará en mi ciudad (que ya cada vez es menos mi ciudad) cuando los veranos sean cada vez más invivibles? Quienes puedan huirán para siempre, o temporalmente ¿pero qué ocurrirá con los miles de habitantes pobres o viejos que no puedan pagar por la huida?¿Habrá dónde huir? La estructura cruje, aunque no queramos oirlo, y no sabemos que ocurrirá el día después . Qué se construirá y conque materiales , quién será el arquitecto. Ahora aún preferimos no saber demasiado en ello, no es de buen augurio.
La ultraderecha ha olido el futuro, mal que nos pese , y se apresta a poner su bandera sobre los escombros que vienen.
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remadmalditos.wordpress.com/2025/08/13/madrid-huele-a-escombros/