Si los cuarenta kilómetros de impresionantes murallas que rodean la ciudad imperial de Meknès pudieran hablar, seguramente lo harían sobre un personaje tan importante para Marruecos como cruel para con sus súbditos. Hablarían de decapitaciones, concubinas y servidumbre. Hablarían de inmensos ejércitos de esclavos cristianos. Hablarían, en definitiva, del Alaouita Ismail Ibn Sharif, el rey guerrero.
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