Fue una pesadilla de 48 días. Los que duró su secuestro en Nigeria, la tierra natal de sus padres y adonde su progenitor se la llevó irregularmente, con turbios planes, un 18 de julio para dejarla enclaustrada en una chabola de Benin City a cargo de unos parientes que eran extraños para ella, vigilada día y noche por tres matones contratados para custodiarla, lejos de su familia y de todo lo que había sido su vida.
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