Pocos placeres más refinados que vagar por las calles de un lado a otro sin llevar una dirección establecida, siguiendo veleidosamente aquello que va surgiendo y nos llama la atención, con la curiosidad y la estética como únicas consignas. Deambular observando a las personas, las modulaciones de la luz, los objetos de los aparadores, la arquitectura en movimiento, escuchando los sonidos de la urbe y entrando en un estado de alerta atemporal, sin participar en el ritual cotidiano de aquellos que transitan las calles con un propósito definido...
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