Quienes dicen que el alma humana pesa 21 gramos no tienen ni puta idea. Puede que sea una fórmula válida para aquellos a los que la muerte les ha puesto un telegrama y luchan por ganar un combate que pierden a los puntos tras dura pelea. Pero no para los que su fin llega por la puerta de atrás, de forma traicionera, sin avisar, dejando su vida inconclusa y la de su entorno rota.
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