Noelia tiene 32 años, dos hijas y una angustia que no la deja vivir. Ya casi se ha acostumbrado a dormir con un ojo abierto y otro cerrado y, por si la vence el sueño, también con un espray paralizante bajo la almohada. No es algo tan raro cuando se vive al límite del terror, cuando el calendario descuenta los días, pocos, que quedan para que el monstruo de sus pesadillas salga de prisión.
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