Sin lograr sus objetivos últimos salvo en el caso tunecino, la primavera árabe ya ha cambiado radicalmente la región. Las poblaciones, hasta ahora atenazadas por el terror a regímenes dictatoriales, han perdido el miedo y desafían a sus dirigentes abiertamente exigiéndoles reformas políticas y económicas y, en última instancia, justicia y libertad: dos conceptos hasta ahora ajenos a los árabes. Los tiranos y autócratas mueven ficha antes de que la revolución termine con sus prebendas.
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