Al estudiar los ajusticiamientos del siglo XVIII, Michel Foucault advierte que el espectáculo del castigo corría el riesgo de volverse en contra de los castigadores. En ocasiones, las masas enardecidas insultaban al gobierno, apedreaban a los verdugos y trataban de rescatar al condenado. Cuando el poder soberano exhibía toda su crudeza, el pueblo podía sentirse mucho más cercano al culpado que a la violencia legal de las instituciones.
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