En el año 467 a.C. una enfurecida mujer se acercó a la puerta del templo de Atenea Calcieco, en Esparta, y colocó un ladrillo con una inscripción que decía: «Indigno de ser espartano, no eres mi hijo». Ese duro mensaje iba dirigido a su vástago, que se había refugiado allí huyendo de la justicia y quedó encerrado cuando otros espartanos tapiaron esa entrada, impidiéndole no sólo salir sino recibir comida y agua. No se trataba de un prófugo cualquiera sino del mismísmo Pausanias, vencedor de los persas en la batalla de Platea.
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