Una tarde de principios de 1880, Arthur Conan Doyle, por entonces un estudiante de medicina de 20 años, decidió embarcarse en un ballenero rumbo al Ártico. Buscaban un médico, y él aventuras. A su madre, que pasaba verdaderas estrecheces para pagar sus estudios en la universidad de Edimburgo, no le hizo ninguna gracia: su hijo se disponía a dejar las clases para ejercer la profesión que ella había elegido para él… ¡en un barco! ¡Y por poco más de dos libras al mes!
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