A finales del siglo XIX y comienzos del XX, España se vio “invadida” por decenas de cazatesoros, en su mayoría extranjeros, que rastreaban pueblos y ciudades de nuestro territorio a la caza y captura de cualquier pieza artística que fuera posible comprar. Y, por desgracia, era posible comprar casi cualquier cosa: pinturas, piezas decorativas, rejerías, armaduras, retablos, artesonados, fachadas de iglesias e, incluso, claustros o templos enteros, que eran minuciosamente desmontados piedra a piedra y más tarde trasladados al otro lado del océano
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