El aprendiz de filósofo parece que necesita verse a sí mismo como un ser espiritual y más elevado que el resto de los humanos; como un hombre capaz de desprenderse de las urgencias del cuerpo para dedicarse en exclusiva a las tareas el alma, que son las de la teoría. Pero es legítimo sospechar que el eros filosófico no es otra cosa que una domesticación o canalización de esas urgencias.
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