El cardenal Ratzinger intentó demostrar que la misma Iglesia que había quemado en la hoguera a Giordano Bruno en 1600 no tenía realmente miedo de la nueva ciencia y que, consiguientemente, lo dicho tradicinalmente por científicos e historiadores sobre el proceso contra Galileo era una “mentirosa imaginación” que pretendía, sin base y por sesgados intereses y prejuicios anticlericales, situar al Vaticano en el desván del oscurantismo, en la cuneta no transitable del irracionalismo histórico.
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