En 1858, Edwin Drake llegó con su familia a Titusville, Pensilvania. Pese a no tener experiencia alguna en la industria del petróleo, la Seneca Oil le había encargado una difícil misión: intentar llegar hasta el petróleo que, supuestamente, se escondía en el subsuelo de la región. De conseguirlo, los beneficios serían millonarios. Cuando comenzó a perforar eran pocos los que creían en él y muchos los que se mofaban de una idea tan ridícula.
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