El Estado óptimo sería aquel que sea capaz de devolverle al ciudadano, mediante la prestación de servicios, los impuestos que paga. Sus dimensiones deberían circunscribirse a lo imprescindible. Sin olvidarse de auxiliar a los que no alcancen los mínimos necesarios para subsistir. Situando el gasto público en torno al 10 ó 15% de su producto nacional. Y contemplando siempre un presupuesto austero y equilibrado.
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