La vida corta de los productos comporta no sólo un derroche de recursos naturales, sino también un flujo de residuos incesante. Una economía basada en el agotamiento de materiales necesita justificarse con el reciclaje de éstos; pero las marcas rehúyen esta responsabilidad. En el mejor de los casos, una vez viejos, acaban en los puntos verdes (“deixalleries”), pero así sólo se traspasa el problema a unas instalaciones municipales que se pagan con los presupuestos locales.
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