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Lo que queda de Metrovacesa y el Mercedes de seiscientos caballos del presidente Nafría

No podía acceder a su ordenador. La clave no era correcta. Quizá le bailaran los números. Era posible. No hacía ni veinticuatro horas que había aterrizado en Barajas y el jet-lag todavía golpeaba su cabeza con fuerza. Sara lucía sonrisa de dentífrico, llevaba botas altas y un pendrive con fotografías de sus vacaciones para mostrar a sus compañeros de Metrovacesa. Llamó al departamento informático en busca de un diagnóstico a la amnesia repentina de su ordenador. Le dieron claves nuevas...

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