A nuestro cerebro no se le dan muy bien las multitudes. Fue cableado cuando vivíamos en comunidades pequeñas, así que no tenía por qué asimilar la existencia de millones de habitantes. El problema es que hoy en día somos miles de millones de habitantes, y eso supone un problema. Sobre todo si queremos inspirar la filantropía. Cuando vemos un anuncio en el que se nos conmina a prestar nuestra ayuda a un país tercermundista, generalmente se nos mostrará un niño triste y famélico. Ello es lo que de verdad inspira nuestro altruismo.
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