Cargada con una bolsa de juguetes y ropa, la activista cívica Tsiza Gumba es recibida como una madre por los repatriados de Siria, niños y adultos que de forma provisional se alojan en la residencia Aitar de Sujum, la capital de Abjazia. Aquí, a las orillas del mar Negro, en la sede de una clausurada misión de la ONU, aguardan su futuro varias decenas de ciudadanos sirios descendientes de los majadzhiri, como se llama a los habitantes locales huidos de la expansión imperial rusa en el Cáucaso en la segunda mitad del siglo XIX.
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