Puede que la explosión de la burbuja inmobiliaria y el final del boom económico acabasen con la inclinación, tan instalada en las concejalías de urbanismo del país, de erigir monumentos pomposos, enormes auditorios blancos y puentes de autor. Pero el criticado faraonismo español no ha muerto. Al menos, no el comercial. A la procesión de elefantes blancos que acuñó la revista Time,
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