Supongamos que tenemos un bar de viejas, donde van a tomar el té con pastas, malmeter contra el vecindario y escandalizarse de lo que es al juventud de hoy en día.
Supongamos que a ese bar, establecido durante décadas como bar de viejas, va un grupo de cuatro chavales, y les piden que se vayan.
Esos chavales tiene dos opciones: la opción de marcharse, para hacer daño económico al bar, que deja de contar con los cuatro clientes jóvenes, que se tomaban sus birras y sus copas, o empezar a armar bulla y cagarse en dios, para que las viejas, escandalizadas, busquen otro apeadero.
Mediante la opción primera, el bar es estable y se permitirá ponerse exquisito con cualquiera, porque tiene a sus clientas fijas. No gana más, pero tampoco se arriesga a ganar menos.
Mediante la opción segunda, primero echas las viejas, y luego, te vas. Y a lo mejor el bar cambia de aire. O a lo mejor cierra.
Simples diferencias estratégicas.
La opción buena, por supuesto, es buscar la convivencia. Si esta es posible, alabado sea Jesucristo. Si no, pues bien está conocer las dos opciones.