Viloria, su último reducto, es un pueblo en el que durante el primer tercio del siglo XX unas 35 familias de las 40 que lo habitaban se dedicaban a la elaboración del carbón. Debido a que en cada familia eran varios los que entre padres, hijos y tíos realizaban ese trabajo, puede decirse que eran 35 equipos los que se esforzaban por convertir la leña en un carbón que compraban dos fundiciones: la alavesa de Araya, y la guipuzcoana Orbegozo.
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